12 noviembre, 2008

Noche en la prisión de Estocolmo

La normalidad elevada al cuadrado. Grande. Un país donde la figura de la Corona está por todos lados. La familia real aparece en el 70 % de las postales que venden las tiendas especializadas en souvenirs. Aquí, la Tricolor no tendría cabida. Lástima. En fin, cada país explota sus filones culturales para promocionarse. Los españoles hemos internacionalizado el toro, el sol y las playas, la guitarra y los trajes de flamenca. Los suecos han hecho lo propio con sus paisajes bucólicos, ciudades mágicas, los renos, y todo lo que tenga que ver con la iconografía vikinga. Sí, de cuernos va la cosa.

Estocolmo (Suecia). Una capital sin aires de grandeza, pero que te atrapa si te dejas llevar, que te invita a ser feliz simplemente con pasear por cualquiera de sus puentes, con unos precios prohibitivos y que concede al gobierno el monopolio de la venta de acohol. El elevado consumo de esta sustancia hizo que los pensamientos más puritanos se apuntaran un tanto. "Malditos", le dicen estos escandinavos a los políticos que encarecieron
a la tremenda todo lo que sobrepasara los cinco grados. Y es normal, ya que la palabra frío se inventó prácticamente por estas latitudes y el beber era una forma de aplacar una hipotermia asegurada. Desde luego que esta medida gana a las granjas rehabilitadoras en España. ¡Bravo por las terapias de choque! -pero que no se extiendan de esta manera, ¿eh?-.

En breve. El 90% de los suecos habla inglés, la educación es gratuita y casi todos pasan por la Universidad. Queda claro cuál es el pilar fundamental de la política nacional del país. Están adelantados. La moneda oficial, el kronen, equivale a 1 euro = 10 kronen. El barco es un medio de transoporte habitual para comunicar las múltiples islas que rodean a Estocolmo (por cierto, los estudiantes no pagan el trasporte). Mar, sal, brisa y humedad se combinan y mezclan en cada rincón, en cada calle empedrada del casco histórico. Una reliquia geográfica y que se vuelve a dibujar en cada estación.

-Oye, perdona, sin entrometerme en tus cosas. El título de este post, ¿a qué viene?
-Se me olvidaba. Sólo os diré que pasé una noche en la cárcel. No es broma. Aunque tiene connotaciones. Realmente era una antigua prisión construida en el siglo XIX y que tras la puesta en libertad de su último inquilino, en 1975, se convirtió en un coqueto -léase caro- hotel por un lado, y en un hostal -backpackers en el lenguaje mochilero- por el otro e ideal para economías reducidas como la del que escribe. Langholmen era y es el nombre de la prisión y de la isla en la que se encuentra; la pequeña Alcatraz de los países nórdicos.

Desde el exterior te puedes hacer una idea de las condiciones en las que vivían los reos. Ahora, en las celdas, hay televisión de plasma, teléfono, conexión a internet y duchas individuales con secador... Paradoja. El turismo que todo lo da y todo lo cambia. Nada que ver con los días de frío, comidas racionadas y pijamas a rallas. En la web del hotel/hostal afirman: "Prometemos que todo el mundo tiene su propia llave y que para desayunar ofrecemos algo más que pan y agua". Graciosos estos tipos.

1 comentario:

  1. Oooo primero en comentar
    jejeje
    Que fresquillo que hacia verdad? Aunque sin el no hubiesemos podido disfrutar de la pista de patinaje sobre hielo
    Para completar el post de este genio, decir que el impuesto sobre las bebidas de mas de 5 grados, no era ni mas ni menos que .... Tatatachan... un 40% Yo aun estoy alucinando

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