Hazme el favor tunante. Primero: enciende el vídeo de arriba. Entonces al lío:
Son las 9:30 de un día culaquiera. Venga vale, los comienzos de los cuentos siempre me los saltaba y leía o la gresca -como dice el vecino del bajo de mi piso- o la moraleja. Concretando sería la palabra que utilizaría mi profesor de filosofía del instituto. En fin, la historia ha ocurrido hace unas horas. Hoy se acaban las vacaciones para el común de los españolitos y uno que ha estado durante un mes Ronda de Capuchinos pa´rriba y pa´bajo con el coche lo ha notado y mucho. Hoy había mucho de todo. Los camiones de cervezas repletitos de barriles, la gente con carpetas azules de gomillas pasadas camino del banco, el taxista de la Ronda -quédate con el pseudónimo-, los semáforos pecadores que se alían con los 40º para que esperes y esperes en los cruces, las terrazas de los bares en el desayuno con aforo completo, el taxista de la Ronda...
Si vas escuchando el buzón contestador del programa siglo XXI de Radio3 no puedes sino evadirte por un rato. Si a esto le añades como aditivo, una canción undergrown -léase raro- de las que ponen en este espacio radiofónico tiene el mismo efecto apaciguador que el hachís. Es gratis y no perjudica. Bueno, miento...
... Mi nirvana hispalense de esta mañana se vio entorpecido por un taxista, sí, el de la Ronda. Iba el tío celebrando la victoria del motorista Jorge Lorenzo o yo qué sé por encima de la línea divisoria de los dos carriles. Uno no quiere que su efecto hipnotizador matinal con la musiquita se acabe por nada. ¿Y qué hace? Pues eso, nada. Esperas. Hasta que llegas a la mitad de la dichosa avenida con un tipo... Digamos, wevón -el diccionario panispánico de dudas en este post no lo utilizamos, gracias-.
La imagen que veía del personaje: brazo colgado por fuera de la ventanilla acariciando la chapa del taxi blanco. En sus dedos índice y corazón le quedaban dos fumadas de un cigarro. El otro brazo dirigía el auto sujetando el volante por la parte superior. Justo cuando mi clímax musical estaba caminando por la muralla de la Macarena, golpeé suave mi claxon para que se decidiera por el carril de la derecha o el de la izquierda. Una cosa normal, vamos. Pues para qué hice nada, ¿si todo estaba en orden? Tras el sonido de mi coche, medio cuerpo del taxista apareció por la misma ventanilla donde tenía el brazo con el que estaba fumando y empezó a largar una ristra de insultos al más puro estilo sevillano: abreviando y juntando todas las palabras.
¿Qué hacía yo? Pues eso, nada. Sólo que en mi colgadura musical no hice otra cosa que reirme. Era contraproducente para mi salud porque el cuerpo del taxista podía verlo completamente fuera, su coche seguía como funambulista por la línea divisoria de la calzada, y yo, me reía a carcajadas; no podía parar. Lo adelanté en un acto de lucidez para presenciar, momentos después, como aquél Citröen hacía lo mismo conmigo para seguir en su inventiva, monotemática y agresiva terapia contra mí. Mi risa paró. Y fue cuando me percaté de que quizás él estaba escuchando mi misma emisora y le molestó mucho que rompiera su silencio, que eran sus dos últimas bocanadas a pulmón de aquel cigarrillo rubio o de su pasear a su antojo por una Ronda que recobra poco a poco su tránsito normal. No sé lo que le pasó, pero más allá de una cámara oculta creo que era su primer día de trabajo en la ciudad.
Son las 9:30 de un día culaquiera. Venga vale, los comienzos de los cuentos siempre me los saltaba y leía o la gresca -como dice el vecino del bajo de mi piso- o la moraleja. Concretando sería la palabra que utilizaría mi profesor de filosofía del instituto. En fin, la historia ha ocurrido hace unas horas. Hoy se acaban las vacaciones para el común de los españolitos y uno que ha estado durante un mes Ronda de Capuchinos pa´rriba y pa´bajo con el coche lo ha notado y mucho. Hoy había mucho de todo. Los camiones de cervezas repletitos de barriles, la gente con carpetas azules de gomillas pasadas camino del banco, el taxista de la Ronda -quédate con el pseudónimo-, los semáforos pecadores que se alían con los 40º para que esperes y esperes en los cruces, las terrazas de los bares en el desayuno con aforo completo, el taxista de la Ronda...
Si vas escuchando el buzón contestador del programa siglo XXI de Radio3 no puedes sino evadirte por un rato. Si a esto le añades como aditivo, una canción undergrown -léase raro- de las que ponen en este espacio radiofónico tiene el mismo efecto apaciguador que el hachís. Es gratis y no perjudica. Bueno, miento...
... Mi nirvana hispalense de esta mañana se vio entorpecido por un taxista, sí, el de la Ronda. Iba el tío celebrando la victoria del motorista Jorge Lorenzo o yo qué sé por encima de la línea divisoria de los dos carriles. Uno no quiere que su efecto hipnotizador matinal con la musiquita se acabe por nada. ¿Y qué hace? Pues eso, nada. Esperas. Hasta que llegas a la mitad de la dichosa avenida con un tipo... Digamos, wevón -el diccionario panispánico de dudas en este post no lo utilizamos, gracias-.
La imagen que veía del personaje: brazo colgado por fuera de la ventanilla acariciando la chapa del taxi blanco. En sus dedos índice y corazón le quedaban dos fumadas de un cigarro. El otro brazo dirigía el auto sujetando el volante por la parte superior. Justo cuando mi clímax musical estaba caminando por la muralla de la Macarena, golpeé suave mi claxon para que se decidiera por el carril de la derecha o el de la izquierda. Una cosa normal, vamos. Pues para qué hice nada, ¿si todo estaba en orden? Tras el sonido de mi coche, medio cuerpo del taxista apareció por la misma ventanilla donde tenía el brazo con el que estaba fumando y empezó a largar una ristra de insultos al más puro estilo sevillano: abreviando y juntando todas las palabras.
¿Qué hacía yo? Pues eso, nada. Sólo que en mi colgadura musical no hice otra cosa que reirme. Era contraproducente para mi salud porque el cuerpo del taxista podía verlo completamente fuera, su coche seguía como funambulista por la línea divisoria de la calzada, y yo, me reía a carcajadas; no podía parar. Lo adelanté en un acto de lucidez para presenciar, momentos después, como aquél Citröen hacía lo mismo conmigo para seguir en su inventiva, monotemática y agresiva terapia contra mí. Mi risa paró. Y fue cuando me percaté de que quizás él estaba escuchando mi misma emisora y le molestó mucho que rompiera su silencio, que eran sus dos últimas bocanadas a pulmón de aquel cigarrillo rubio o de su pasear a su antojo por una Ronda que recobra poco a poco su tránsito normal. No sé lo que le pasó, pero más allá de una cámara oculta creo que era su primer día de trabajo en la ciudad.
jajajaja. Si me he reído yo delante de la pantalla del ordenador...
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